domingo, diciembre 30, 2007

Necesita más tiempo...

"...México es un país extraordinariamente fácil de dominar, porque basta con controlar a un solo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso llevaría otra vez a la guerra. La solución necesita de más tiempo: debemos abrirles a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de Estados Unidos. México necesitará de administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la Presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queramos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros..."

1924 - Richard Lansing (Secretario de Estado del presidente Wilson)


lunes, diciembre 24, 2007

The Guidos or Douchbags?

Hace rato navegando en un conocido foro me topé con la discusión de una nueva raza de imbéciles muy particulares, algunos los llaman "Guidos" que es un termino despectivo para las personas italo-americanas que viven en Jersey.

Desde hace unos meses estos sujetos han impuesto un nuevo estilo para la idiotez y una aportación a la era del "Antro".



Pero... ¿Como distinguir a estos subnormales?, los guidos se caracterizan no solo por su muy mamona forma de ser y su pretensión (imaginen a un Pipope o a un fresita del "Tantra") pero añadiendo el look o imagen que estos sujetos adoptan, una de las características mas importantes es el bronceado artificial que usan, así es, estos sujetos se retacan la cara de bronceador artificial, cosa que no tiene nada de malo si eres un gringo pálido que quiere tomar color, el asunto es la exageración de este bronceado, hasta el punto de que sus pieles toman un color más como naranja, tirándole más a Umpa Lumpa.



Aquí un claro ejemplo, no pretendo hacer comentarios sobre ya la muy afamada sub-especie "pipope", pero estos guidos son sumamente parecidos, provenientes de la cultura "gym" constantemente presumiendo sus inflados y retacados cuerpos de esteroides.



Como otro dato "interesante" está también la característica de sus peinados, que generalmente son parados y no varia mucho, siempre andan en grupitos y generalmente todos comparten el mismo estilo de cabello (aunque no siempre el bronceado)



La actitud de estos retrasados e imbéciles hijos del antro es de "badass italian-gansta", estos cabrones siempre se la tiran de fieras pero lo interesante es que a pesar de intentar siempre mantener una actitud agresiva y dominante se maquillan la cara como mujeres baratas.



Así es, el Guido es también por supuesto un metrosexual, que siempre me recuerda a la mirada de Zoolander, que más que parecer "atractivos" o "sexy" se me hace más la imagen de un vil imbécil retrasado idiota pendejo.




Me atrevo a decir que son el tipo de persona que más aborrezco hasta ahorita y que la primera vez que supe de esta clase de mierda social creí que era broma y que lo hacían quizá de cura, pero no.



Me alivia saber que esta clase subnormal es originaria de Jersey y que probablemente nunca me toparé con uno, pero por otro lado siempre me ha alarmado como esta clase de moditas se pegan muy rápido, y aquí en México nuestra clase rica hija de papi no se caracteriza por originales, probablemente esta nueva enfermedad llegue al tantra y a antros mierdosos y pinchurrientos de aquí pronto, si no es que ya.


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miércoles, diciembre 12, 2007

Capitulo 1 "La Primera Vez"

El domingo 9 de diciembre del año 2007 a la 1:00 a.m., el boulevard Kino estaba totalmente desierto. La noche era fría. Se vislumbraba a una apenas mujer por escasos meses, parada en una esquina, de largas piernas bajo una pequeña falda víctima del oficio más antiguo. La baja temperatura que se paseaba por la gasolinería de esa esquina hacía visible el aliento de la dama en tacones y cabello levantado.

Sus pechos firmes, gracias a su juventud, estaban tan fríos como el metal del crucifijo que colgaba en su escote. Caminaba en círculos esa esbelta figura entonada con curvas de mujer, apresurada por obtener la ganancia del día, dinero simbólico del alimento necesario para sobrevivir una semana más. Había sido una noche floja y sin trabajo, ya todas sus compañeras habían abordado vehículo y sólo quedaba ella en esa solitaria esquina.

1:30 a.m. Un automóvil se acercaba a la oscura gasolinería, las luces se apagaron y la velocidad de aquel Stratus 2002 disminuía hasta detenerse. La fémina figura se acercó a la ventanilla liberando en el acto ecos del choque de sus tacones contra el suelo.

—Hola querido— saludó la prostituta al observar a un muchacho detrás del volante que aparentaba aproximadamente quince años de edad. — ¿Buscas algo?

—Buenas noches…— contestó el joven de lentes y cara nerviosa. — ¿Estás libre?

La chica no se sentía cómoda con la idea de ser abordada por un puberto, por todas las implicaciones legales que esto conllevaría, aun así, recordó los consejos de sus más experimentadas compañeras de oficio, al advertirle que ocasionalmente muchachos muy jóvenes buscaban sus servicios para perder la virginidad y que suelen pagar muy bien por la desesperación, en dado caso de ser detenidas con un menor, el acuerdo con la policía no pasaba de cien pesos y una mamada de verga. Además de esto, existía la presión de no haber conseguido nada esa noche, lo que le hizo a la aún inexperta prostituta olvidar el dilema de la poca moral que le quedaba. —Si, estoy libre hermoso. — contestó.

Un silencio incómodo abordó al Stratus, antes que las largas piernas de la morena y joven prostituta, hasta que una brusca pregunta fue verbalizada con un desafinado tono adolescente.

— ¿Cuánto cobras?— preguntó el muchacho.

A lo que ella contestó rápidamente. — ¿Cuánto traes? —, respuesta de costumbre para una pregunta obligatoria.

El joven de manera rápida y entusiasmada sacó su billetera y empezó a sacar billetes de $100, $50 y $20 pesos, también monedas de casi todas las denominaciones, incluso centavos.

— ¿1524 pesos con 30 centavos?— Contestó a manera de pregunta el joven, la chica dejó escapar una pequeña risa que no pudo contener ante tan inocente manera de ofrecer cifras tan exactas, aun así era una cantidad muy cómoda para un servicio completo, lo cual implicaría un lugar más pertinente que el asiento trasero de un auto, por lo que ella repuso — ¿Y tienes lugar o quieres que lo ponga yo?, aunque te saldría unos 500 pesos más.

—No, yo tengo lugar. — respondió nerviosamente el joven.

La falda de ella se sentó en el asiento del copiloto, mientras las rojas luces traseras de aquel carro se alejaban de la gasolinería. Los pasajeros retomaron un silencio incómodo que comenzaba a tornarse común, lo que ella aprovechó para observar detenidamente de reojo al jovenzuelo, el cual manejaba con las dos manos bien sujetas a la parte superior del volante, de la misma manera que lo haría alguien en su primera prueba de manejo.

— Y… ¿Cómo te llamas?— preguntó nervioso el chico.

—Llámame Rosa— contestó mientras prendía un cigarro Marlboro rojo — ¿y tú?

—Me llamo... Fausto. — repuso el joven.

Rosa no se sintió sorprendida por las intenciones de 'Fausto' por ocultar su identidad, al reconocer en el tono la evidente falta de veracidad de su respuesta. Después de todo ella lo hacía también y no sentía interés alguno por saber su verdadero nombre; de lo que sí sintió curiosidad fue del destino que llevaban ya que no lograba imaginar qué lugar tendría Fausto planeado para esa noche.

—¿Estas nervioso? — preguntó Rosa, intentando parecer comprensiva.

—La verdad sí, es que… es mi primera vez. — dijo Fausto de manera tímida mirando de reojo, nerviosamente, a Rosa.

A lo que Rosa le respondió:

—No te preocupes corazón…— dijo mientras posaba su mano sobre la pierna de Fausto notando como ésta reaccionaba a su tacto de manera brusca.

—Yo te pondré todo muy fácil, te gustará, lo prometo. — terminó de decir en su vano intento por parecer una persona real, más que un pedazo de carne a la renta de cualquiera.

Retomando el silencio, aquel automóvil empezaba a circular por la colonia Pitic, atravesando esa zona de manera aleatoria, pareciendo más un tour para turistas que la marcha presurosa común y usual de los clientes de Rosa camino a cualquier motel rumbo al aeropuerto.

Rosa decidió aprovechar el paseo y el refugio del frío que el cerrado espacio del automóvil le ofrecía, así que optó por relajarse y disfrutar el paseo, mientras el humo de su cigarro se escapaba por el estrecho orificio que dejaba la ventana. Miró a través del cristal mientras circulaban frente al colegio Regis, observando la oscura noche en aquellas negras calles que rara vez llegaba a visitar ella, pero que conocía muy bien.

Cómo poder olvidar aquellos años de su infancia, cuando una Rosa de 8 años era transportada bajo la protección de la noche a una de aquellas casas de la que no recuerda número ni fachada. En esa morada, Rosa recordaba a un hombre muy conocido en Sonora, aparecía en carteles, en comerciales y demás, lo llamaban ‘presidente’. Hombre de familia, respetuoso, religioso y honrado que además de esas virtudes gozaba de penetrar con su dedo la vagina de 8 años de Rosa todos los sábados.

Como parte de los servicios del orfanato donde Rosa pasó su infancia, existía la facilitación de niños para una red de pederastia comúnmente formada por activistas políticos y sacerdotes activos de la iglesia Católica. Desde esos tiempos Rosa aprendió a ser sumisa y obedecer a lo que el ‘presidente’ le ordenaba cada semana e incluso lo llegaba a hacer con gusto cuando ‘mamá Letty’, una de las encargadas del refugio para huérfanos, le explicaba que señores como el ‘presidente’ ayudaban al orfanato a mantener la comida y las cobijas para el invierno, pidiendo a cambio sólo una noche a la semana para ‘jugar’ con los niños a los que ayudaban.

Durante 4 meses Rosita fue cómplice de los apetitos del ‘presidente’, humillaciones, juegos infantiles con matices sexuales, productos de fantasías reprimidas de su señor, aunado a los muchos consejos e instrucciones de ‘mamá Letty’ para su desempeño en la cama del ‘presidente’. Mientras el político cliente siempre había procurado el bienestar físico de Rosita, evitando juegos bruscos y penetraciones completas, con lo cual ella aún con su escasa capacidad para entender los mecanismos complejos del acoplamiento sexual, aceptaba gustosa la delicadeza del ‘presidente’ manteniendo una actitud sumisa y reservada, hasta que entrado el quinto mes, las caricias y juegos fueron insuficientes para satisfacer las fantasías del señor y éste olvidó la delicadeza y el cuidado del frágil cuerpo de Rosita.

Desde entonces, cada sábado era de temerse a lo largo de la semana, Rosita regresaba al orfanato más herida y lastimada que el sábado pasado, hasta el punto de una noche regresar con una hemorragia más abundante que las anteriores, las cuales ‘mamá Letty’ atendía sólo con toallas sanitarias y algunos analgésicos, apostando al tiempo como médico de cabecera de Rosita, el cual detenía la hemorragia a más tardar al segundo día, pero no esta vez, al llegar el siguiente sábado del quinto mes, el sangrado de Rosita no se detuvo, ‘mamá Letty’ llegó a pensar en la menarca de la niña, pero rápidamente lo descartó al examinar las toallas sanitarias empapadas de un color sangre claro, poco similar al producto de la regla y confirmó su temor al ver a una Rosita débil y quejándose constantemente del dolor. Dolor el cual Rosita ya había aprendido a callar, pero no por tanto tiempo.

‘Mamá Letty’ optó por suspender las visitas de Rosita con el ‘Presidente’, el cual solicitó los servicios de una niña más joven que Rosita, sin importarle el tener que “adiestrarle” de nuevo. Rosita permaneció dos semanas bajo reposo y la supervisión del Dr. Mena, médico pariente lejano de ‘mamá Letty’, el cual generalmente trabajaba para el seguro social y proporcionaba la discreción que ‘mamá Letty’ procuraba para estos casos.

La pequeña Rosa de ya 9 años, celebró su cumpleaños en cama, aún con dolor en su vientre, en un cuarto oscuro y llorando en silencio. La mañana siguiente ‘mamá Letty’ le confirmó que se debía preparar, ya que dentro de una semana regresaría a visitas como era obligación de todos los huérfanos mayores de 5 años dentro de las paredes del orfanato. Rosita se sentía desprotegida, desamparada y por primera vez en su vida deseó morirse.

Otro sábado llegó, la noche se hizo rápido y Rosita abordó un auto entre sollozos y lágrimas silenciosas, ‘mamá Letty’ le advirtió mantener guardadas sus lágrimas y obedecer a su nuevo ‘amigo’, si no quería que ella misma le quemara las manos con la plancha, Rosita se comportó y mantuvo su llanto, ya que sabía que ‘mamá Letty’ hablaba enserio, pues ya había visto a algunos niños con cicatrices expuestas en sus manos.

Rosita intentó reprimir sus intensas ganas de vomitar, producto de los nervios que le provocaba la visita. Sus temores se triplicaron y su corazón se aceleró al reconocer las calles de la colonia Pitic, por las cuales circulaba el carro que la llevaría a su nuevo ‘cliente’, Rosita sintió como de un vuelco el vomito llegaba ya casi hasta su boca, pero lo volvió a tragar al recordar la amenaza de ‘mamá Letty’. El auto descendió su velocidad acercándose a una casa muy peculiar que había visto antes todos los sábados camino a la casa del ‘presidente’. Rosita la reconoció puesto que no era cualquier casa, era la casa de Dios.

En aquellos tiempos la capilla del Espíritu Santo, situada a lado del colegio Regis en la colonia Pitic, fungía como morada provisional de un anciano sacerdote llamado Aureliano Díaz, a sus 67 años, el, ya entrado en años, sacerdote abrió la puerta del cuarto contiguo de la capilla aquel sábado, dejando entrar a una asustada niña de 9 años.

Rosita tomó tímidamente la mano del ‘Padre Aureliano’, quien la llevó hasta un pequeño cuarto que servía como cocina, se sentó en la mesa con cincuenta kilogramos de dudas y miedo, mientras el sacerdote buscaba en su refrigerador y calentaba leche en la estufa.

—¿Tienes hambre?— Preguntó el sacerdote, a lo que Rosita respondió negativamente con su cabeza, una mirada a punto de quebrarse y el vomito tocando su garganta.

—Pero seguramente tienes frío, ten pequeña— dijo el padre mientras dejaba una taza de chocolate caliente en la mesa —cuidado, que está caliente.

Rosita observó el chocolate dando vueltas dentro de la taza sobre la mesa, tenía curiosidad de saber a qué sabía aquel líquido café que olía tan delicioso y que jamás había probado, pero ‘mamá Letty’ siempre le advirtió no consumir ningún alimento que le ofrecieran en sus “visitas”, consejo patrocinado por el temor de que alguno de los niños fuera incitado al consumo de drogas escondidas en los alimentos que los clientes puedan ofrecerles. Pero por otro lado, ‘mamá Letty’ siempre hizo mayor énfasis en obedecer lo que el señor mande.

El padre Aureliano la insitó a que bebiera haciéndole una señal con su mano, Rosita tomó la taza y con cautela intentó beber del chocolate, al sentir lo caliente de la bebida Rosita regresó el recipiente a la mesa.

—Te dije que estaba caliente, ten más cuidad— Dijo el padre con un gesto gentil mientras depositaba un plato repleto de pan dulce sobre la mesa. Tomó uno de ellos, lo remojó en el chocolate y se lo ofreció a Rosita.

—Así no te quemarás—. Afirmó el sacerdote.

Rosita degustó el pan y el chocolate gustosamente, el temor y los nervios fueron disipándose junto con el chocolate, jamás había probado algo tan dulce y cálido en su vida y pensó que nadie que pudiera ofrecer algo tan delicioso podría ser una mala persona.

La noche transcurrió dentro de la capilla, sentados frente al altar observando las decoraciones y los símbolos en las paredes. Rosita pasó la mitad de la noche preguntando el significado de cada imagen y el padre Aureliano pasó la mitad de la noche respondiendo todas las curiosidades de Rosita.

Pasaron las horas y el mismo auto que dejó a Rosita en la capilla se hallaba estacionado afuera, el padre le advirtió a Rosita que no comentara nada con ‘mamá Letty’ ni con nadie más de lo que pasó esa noche, prometiéndole que el próximo sábado se verían de nuevo para seguir platicando sobre el camino a la crucifixión y sobre el milagro de la concepción de la virgen María. Rosita asintió y subió al auto, camino al orfanato se dio cuenta que no había hecho nada que no le gustara y que desde ahora en adelante todo cambiaría.

Y así sucedió, cada semana Rosita hacía visitas nocturnas al padre Aureliano, éste le explicaba los misterios de la Biblia y ella escuchaba atentamente, interacción muy ajena y distante que llegó a tener con el ‘presidente’, puesto que el padre jamás tuvo intenciones pecaminosas con Rosita, sus intenciones fueron más trascendentes que sólo consumar placer a costa del dolor de la niña. ‘Mamá Letty’ jamás llegó a sospechar la falta de contactos obscenos y sexuales que había en las visitas de Rosita al sacerdote, en realidad poco le importaba mientras el padre siguiera mandando un “deposito” cada semana.

Fue así como las visitas a los clientes se convirtieron en una clase de catecismo nocturno para Rosita, donde además de aprender las enseñanzas teológicas del padre Aureliano, consiguió aprender a leer y escribir, así como también los principios básicos de las matemáticas, todo en sesiones entre velas en un pequeño cuarto al lado del templo donde contaban con pizarrón y algunos libros de texto utilizados en el catecismo matutino.

Al cumplir Rosita diez años, el sacerdote y ella ya habían creado un vínculo muy cercano, Rosita vio en él al padre que nunca conoció y que siempre quiso tener. Así siguieron las semanas durante casi un años más, era incómodo para ella no poder hablar sobre él en el orfanato o platicarle a los demás niños sobre el milagro de los panes y los peces, pero ella guardaba ansiosa todas las semanas hasta el sábado para poder desbordar sus dudas y su fascinación por el Nuevo Testamento, ya que tenía muy presente la promesa que había hecho con el padre Aureliano hace ya casi dos años, y a pesar de que ‘mamá Letty’ no sospechaba nada, Rosita se preguntó si esa antigua promesa debía seguir en pie.

Así que el siguiente sábado, Rosita cuestionó al padre Aureliano sobre eso, él le explicó, de manera calmada y seria, que aquello que hacían en el orfanato con ellos era un pecado, era ilegal y que ningún niño merecía esa vida.

—Yo supe de ti gracias a un viejo amigo, quizá lo recuerdes, es doctor—. Rosita recordó al Dr. Mena quien la atendió después del suceso con el señor ‘presidente’.

—Él me contó sobre ti y sobre el orfanato y lo que hacen con ustedes, verás hija, mucha gente esta implicada en esto, gente muy poderosa y entre esa gente también hay personas de mi congregación—. Rosa escuchó atenta intentando comprender las piezas del rompecabezas.

—Es por eso que yo no puedo hacer mucho, soy viejo y he perdido muchas influencias, sería inútil, encontrarían muchas maneras para desacreditarme y al final desaparecerme, es por eso que opté por hacer esto, pagar por tus visitas y al menos dejar en ti un poco de salvación antes de que muera.

Rosita reaccionó bruscamente al escuchar lo último, miró fijamente a los ojos del padre Aureliano, quien había sido su mentor, su protector y amigo. —¿Qué usted muera?— las misma palabras parecieron taladrar la garganta de la niña.

El padre tragó saliva, sabiendo que este sería un duro golpe para Rosita, pero sabía también que era mejor prepararla desde antes. —Quizá no lo notes, porque me ves sólo una vez a la semana, pero mi salud a empeorado hija, tengo una enfermedad, se llama cáncer.

Rosita no entendía qué era el cáncer, pero sabía que era algo muy malo y rompió a llorar en los brazos del padre durante el resto de la noche.

Los sábados siguientes estuvieron llenos de tristeza, de silencios incómodos y de palabras de consuelo para Rosita, mientras al padre se le notaba su deteriorado estado en su imagen, la niña intentaba ayudarle de alguna forma, pero el viejo y cada vez más enfermo Aureliano la incitaba a desistir de sus intentos que serían inútiles. Para mantener de alguna forma un pacto de consuelo, el sacerdote en cama y apenas con fuerzas se quitó de su cuello un crucifijo de plata que siempre colgaba bajo su hábito.

—Llévalo siempre contigo—. Le dijo el sacerdote a la niña. —‘mamá Letty’ ya ha notado mi estado y sospecha demasiado, sabe mi situación y no me permitirá más pagar por tus visitas.

Rosita lloró de rabia e impotencia una vez más. Esa noche sería la última vez que vería al padre Aureliano Díaz.

Unas horas después cuando Rosita regresó al orfanato ocultando el crucifijo entre sus ropas, ‘mamá Letty’ le informó que ya no asistiría más a las visitas con el sacerdote y que el próximo sábado conocería a un nuevo “amigo”, fue entonces cuando Rosita sintió un deseo rabioso por escapar del orfanato, disipando el miedo a la vida en la calle, pero sin poder resolver el problema de la rigurosa seguridad que había en el orfanato para evitar la fuga de los niños, es así como Rosita comprendió que no vivía en un orfanato si no en una prisión.

Esa misma noche Rosita en su pequeña cama compartida con otras dos niñas, a sus ya once años de edad, tuvo su menarca, una línea de sangre corría por su entrepierna, hacía mucho tiempo no sentía la escalofriante sensación de la sangre recorriendo su pierna, pero esta vez no había ese dolor punzante e insufrible que llegó a sentir después de cada visita con el ‘presidente’, fue entonces cuando comprendió de que se trataba.

Rosita llamó a ‘mamá Letty’ llorando y quejándose desgarradoramente, mostrándole su mano llena de sangre y su entrepierna manchada, Rosita lloraba y gritaba a tal grado que ‘mamá Letty’ supuso que aquel suceso con el ‘presidente’ se habría repetido con el sacerdote, así que decidió llamar al Dr. Mena de nuevo, fue entonces cuando Rosita calló al suelo del dolor. ‘Mamá Letty’ se asustó tanto que optó por llevarla urgentemente al consultorio del Dr. Mena, quien le insistió por teléfono que lo esperara para que él mismo llegara al orfanato y de ahí la llevaría al consultorio, pero ‘mamá Letty’ no cambió de idea, pensando que si la niña moría en el consultorio del doctor, sería problema de él y no del orfanato, no dejaría lugar a la posibilidad de que la niña muriera antes de que el Dr. llegara por ella.

Rosita fue introducida en el auto del orfanato, ‘mamá Letty’ apresurada dejó a los demás niños sin vigilancia ya que los demás encargados estaban recogiendo a los demás niños en “visita”. Aproximadamente a las cuatro de la madrugada ‘mamá Letty’ se apresuraba a toda velocidad a llegar al consultorio del Dr. Mena, ubicado en el Boulevard Solidaridad a la altura del CUM, cerca de la clínica familiar No. 5 del Seguro Social.

Al llegar, el Dr. arribó junto con ellas, apresurado abrió la puerta del consultorio mientras ‘mamá Letty’ llevaba a la niña en brazos.

‘Mamá Letty’ tendió sobre una camilla a la niña que se quejaba del dolor, al dejarla se dirigió hacia la puerta.

—He dejado a los demás niños solos y no puedo permitir que ninguno escape, sería desastroso para todos si llegan a hablar—. El Dr. asintió sabiendo que en ese “todos” estaba él implícito, así que se apresuró a acomodar a la niña para examinarla mientras Rosita escuchaba el carro de ‘mamá Letty’ alejándose, al dejar de escuchar el viejo motor de aquel vehículo Rosita dejó de quejarse y detuvo al Dr. Mena quien examinaba su vagina.

—¡No tengo nada!, lo he fingido todo. — Dijo Rosita entre lágrimas.

El Dr. se sintió extrañado ante tal cambio en el comportamiento de la niña. —No puedo regresar al orfanato, ¡No puedo!, debo escapar, tiene que ayudarme— terminó de decir la niña suelta en llanto. El Dr. Mena intentó no sentir lástima, pero su ánimo estoico fue roto al instante.

—¡Hágalo por el Padre Aureliano!— Gritó Rosita apostándole a la compasión del Dr.

—¿Cómo sabes del Padre Aureliano? — Le preguntó sorprendido el médico. Rosita le explicó todo entre lágrimas, lo sucedido desde la última vez que el doctor la había visto, le contó sobre el sacerdote, la relación amistosa que tenían y sobre su enfermedad.

El médico sintió que su corazón se desgarraba, un vuelco de culpabilidad lo abordó de repente, no podía dejar que esa niña regresara al orfanato, debía impedirlo, ésa, seguramente, sería la última voluntad de su amigo sacerdote.

De su billetera sacó todo el dinero que pudo, se lo dio a rosita junto con alguna ropa que guardaba el médico pediatra con el que compartía el consultorio.

—Ten esto, te servirá durante un tiempo, vete y busca refugio en otro lugar, pero no vuelvas aquí, ni te acerques al orfanato y sobre todo nunca hables sobre lo que pasó ahí, no importa como haya pasado, seguramente la memoria del padre Aureliano sería manchada— Le instruyó el Dr. antes de dejarla ir, temiendo no sólo por la reputación del sacerdote, sino por la suya también.

—¿Qué pasará con ‘mamá Letty’? — Preguntó Rosita temiendo que la siguieran buscando.

—Le diré que has muerto y que yo me encargué de tu cuerpo, seguramente se sentirá aliviada de no haber tenido que lidiar con un cadáver— La tranquilizó el Dr. Mena antes de que Rosa desapareciera por la puerta.

La mirada perdida de Rosa se centró en la capilla del Espíritu Santo por la que pasaba por tercera vez el Stratus.

—¿Te has perdido? — Preguntó Rosa a Fausto.

Él no contesto, y Rosa siguió contemplando las casas, mientras recordaba a aquel entrañable amigo a quien jamás podrá pagar su gratitud y se lamentaba a la vez de pensar que diría el padre Aureliano si supiera que se ha convertido en una prostituta. Tomó el crucifijo que colgaba entre sus pechos y lo sostuvo en su mano, “No hay lugar para Dios en este mundo” pensó.

El auto se detuvo en la última casa de una calle cerrada, Rosa se preguntó porqué habrían tardado tanto, Fausto apagó el motor y abrió su puerta, Rosa estaba apunto de abrir la suya cuando su adolescente cliente puso el seguro automático impidiendo que ella pudiera abrir su puerta.

—Permíteme ser yo quien te abra la puerta por favor. — Dijo el muchacho saliendo del auto.

Rosa observó a través del parabrisas por el cual cruzaba un adolescente tímido y nervioso hacía su lado para abrir su puerta, la prostituta se sentía alagada por tal gesto de caballerosidad al que no estaba acostumbrada, “Es bueno ver que aún quedan caballeros” pensó a sus adentros una vez más.

Fausto abrió la puerta de Rosa y ésta se dispuso a salir del auto inclinando su cabeza fuera, pero al mismo movimiento Fausto tomó la puerta del auto con sus dos brazos y la estrelló rápidamente contra la cabeza de Rosa, repitiendo este movimiento dos veces más y cada vez más fuerte antes de que la cabeza de Rosa cayera sobre el pavimento.

La vista de Rosa se nubló y lo último que pudo sentir fue lo frío del pavimento y la dureza de sus pezones.

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viernes, diciembre 07, 2007